SON TRAIDOS DE
BOLIVIA DE MANERA ILEGAL
La rebelión
de los esclavizados
13/10/2005
- Trabajan 18
horas diarias y viven con sus familias en el mismo lugar donde
trabajan: talleres clandestinos adonde el Estado no llega. La
Defensoría del Pueblo los asesora para que se organicen y
luchen por sus derechos.
Por fuera son
casas entre otras de la ciudad. Por dentro, son cárceles para
bolivianos indocumentados sometidos a trabajos enfermantes
durante dieciocho horas diarias, de lunes a sábado. Duermen
hacinados en habitaciones con sus hijos, como si fueran ganado
en tránsito perpetuo. Ganan cuatrocientos pesos, pero nunca
los ven porque sus generosos patrones se ofrecen a cuidárselos
"hasta que quieras volver a tu país o te quieras ir a otro
lado". Claro que cuando un trabajador reclama sus sueldos de
años recibe una andanada de patadas y termina en la calle
junto a sus hijos. "Andá a quejarte, te van a deportar sin
documentos", es la mentira con que los patrones ¿la mayoría,
también bolivianos? los mantienen cautivos.
Se sabe de al
menos 40 talleres de ropa en quince cuadras de parque
Avellaneda. Cada uno emplea entre 15 y treinta personas que
fueron traídas al país mediante engaños. No pueden acudir ni a
la Policía. Varios relatan que el patrullero pasa para
llevarse cuatrocientos pesos, como un obrero más.
La Defensoría
del Pueblo porteño comenzó a actuar para que los bolivianos "semiesclavizados"
obtengan el certificado de pobreza con que podrían hacer los
papeles de residencia por un costo mínimo: los quinientos
pesos que requiere la papelería legal son impensables para su
actualidad financiera. Abogados de la Defensoría dan
asesoramiento a los indocumentados en la sede del comedor
comunitario La Alameda, adonde muchos llegan con un
hambre pesado como sus historias. Se están organizando para
reclamar ante el Estado que se cumplan las leyes laborales.
El aviso
apareció en varias radios de La Paz. "Allá hay mucha hambre.
No hay trabajo", cuentan los que se contactaron con esas
promesas: pisar Argentina con trabajo de overloquista, sueldo
alto. Carecer de documentos para ingresar a ella nunca es
obstáculo. El patrón los trae por decenas en micros, pasan la
frontera como si fuera un hecho el sueño de Simón Bolívar, son
instalados en una casa que por dentro es un moderno taller. Y
a trabajar. La comida es espantosa y sus hijos tienen que
estar encerrados en la pieza, "porque al patrón no le gusta
ver a los chicos en el patio", dicen a este diario algunos que
pudieron salir de esos lugares o que todavía tienen a un
familiar dentro.
El encuentro fue
en el comedor de La Alameda. Esta organización, nacida
del 20 de diciembre de 2001, da alimento a los pobres del
barrio. Por medio de ellos se supo de los sufrimientos de
cientos.
No quieren
sacarse fotos. Se ponen otro nombre para contar su historia.
"O soy boleta", dice con media sonrisa, Marta. "Me trajeron de
Bolivia. Escuché en la radio que necesitaban jóvenes que
supieran costurar". Ella estaba "recién juntada", tenía 17
años y ninguna opción laboral en La Paz. Watas, el patrón, fue
a reclutar operarios. Les ofrecía pasar la frontera, vivienda,
comida, buen sueldo. Para él trabajó seis años.
Me tenía todo el
sueldo. Decía que a mí se me iba a perder. O que me lo iban a
robar. "Cuando te vayas te doy todo", me decía. Marta quedó
embarazada. "Me empezó a aborrecer", decía: "no me servís si
estás enferma. Ya no das lo de antes". El problema vino
cuando, cansados del hostigamiento, Marta y su pareja
decidieron irse. Para cobrar los dos mil pesos (en tiempos del
uno a uno) fue necesaria la intervención del Consulado de
Bolivia. Terminó por cobrar dos mil pesos devaluados en vez de
los seis mil que le correspondían. Ahora, Marta produce junto
a tres personas ropa para La Salada, una inmensa feria de lo
trucho al borde del Riachuelo. Sigue teniendo miedo a los
aprietes de los matones que contrató su ex patrón. Pero no
tiene adónde hacer la denuncia. Con sus propios ojos vio a los
policías llevarse del taller su tajada por el servicio
prestado.
¿Hablar
perjudica?
¿Hablar
perjudica?, decía el cartel en la pared, entre las máquinas
que producen de 8 a 24. Claudia había llegado junto a su
marido y sus hijos de 6, 8 y 10 años. Vivían en una piecita
"en la que entraba agua", recuerda la mujer. A toda hora, en
el aire retumbaban canciones de cumbia boliviana "para que no
nos pusiéramos a hablar entre nosotros". Sus hijos iban de la
escuela a la pieza húmeda. No podían salir. Claudia renunció
para poder cuidarlos. Persiste en el trabajo su marido, que
tiene hernias en la columna, ya que trabaja desde chico. Según
los patrones, los chicos (hijos) "entorpecen la producción".
Ella dice su
nombre de fantasía: "Eduarda", y se larga a llorar entre las
palabras que hacen su calvario de bolsillo. Su marido vino
hace dos años, sin saber que iba a esclavizarse en un taller
de parque Patricios. Ella se quedó en Bolivia. Tras unos
meses, él tuvo un accidente laboral y el patrón lo echó.
Los accidentes
del marido de Eduarda provenían de la ingesta de alcohol. A
esto se abocó cuando quedó desempleado. "Me llamó por teléfono
en medio de una borrachera, me dijo: estoy muriendo de hambre,
en el taller me quitaron el maletín, los documentos de
Bolivia", relata Eduarda. Entonces vino con su hijo de 9 años
a buscarlo, sin saber dónde encontrarlo. "Me puse a buscar
entre los borrachos, en los talleres, nadie sabía dónde estaba
él". En una plaza lo encontró sucio, descalzo, sin plata ni
para un vino barato. Estuvieron tres meses en la calle, "sin
comer", cuenta la mujer, con una gorrita de Boca, que aparenta
más años de los que confiesa. El marido consiguió entrar a un
taller donde cobra 300 pesos. Con cien pagan la pensión
sórdida en la que es "todo oscuro, sin luz ni agua ni baño".
Los doscientos pesos restantes van a ayudar a la familia en
Bolivia. La historia se repite en una cifra indeterminable de
bolivianos.
Cooperativa
La Alameda
Gustavo Vera,
presidente de la Cooperativa La Alameda, afirma que iniciarán
acciones penales para expropiar la maquinaria a favor de los
trabajadores. Que vaya a cuenta de ese crédito laboral que
tuvieron los patrones al no realizar aportes previsionales ni
tener cargas sociales. Para Vera, los empleados tienen que
organizarse en cooperativa, los que están y los que
estuvieron. Este modelo se aplica en el taller textil que
funciona en la sede de La Alameda. "Se trata de respetar el
convenio del rubro: ocho horas de trabajo, sueldo de mil
pesos", indica con las fotocopias de este tratado en una mano.
Se lo regala a los trabajadores que se acercan para
informarse.
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Derechos
Humanos - 27/10/2005
Talleres clandestinos: denuncian abusos contra
bolivianos
La
Defensoría del Pueblo de Buenos Aires ha pedido a la Justicia que
investigue los abusos cometidos contra ciudadanos bolivianos en dos
talleres de costura clandestinos de Parque Avellaneda, informaron
ayer fuentes del organismo. Mario Ganora, abogado de la oficina que
protege los derechos ciudadanos, aseguró que la denuncia por los
delitos de "tráfico ilegal de personas, reducción a la servidumbre y
violación de la ley de trabajo a domicilio" fue presentada el
martes, ante el juez federal Norberto Oyarbide.