EL GRUPO LA
RUNFLA
.
Cuando la calle se vuelve el escenario
La
adulación como engorde del poder y el castigo para quien
se atreva a hacer pública una verdad que lo contraríe
son reflexiones que el Grupo La Runfla toma del Rey Lear,
de William Shakespeare, y las subraya en la versión que
a cielo abierto presenta en Parque Avellaneda bajo el
título de ¡Ay, bufón!
Nadie
está exento de la fiebre, por aquello de que la fiebre
(aquí, el poder) abrasa pero también consume y entierra.
Como apunta Héctor Alvarellos, director de La Runfla
(expresión que designa a “gente de una misma especie
unida por un objetivo común”), se trata de asuntos
reconocibles en todo tiempo y lugar. Tampoco es ésta la
primera vez que este equipo escenifica temas
relacionados con el poder. Lo ha hecho con El Gran
Funeral y Por Poder Pesa Poder, adaptación libre de
Macbett (o el mal político), del rumano Eugene Ionesco.
¡Ay, bufón!... se ofrece los sábados en el Complejo
Cultural Chacra de los Remedios, después de dos años de
ensayos. El resultado es un abordaje original dentro del
teatro de calle. La mecánica previa al espectáculo
consiste en reunir al público en una de las esquinas del
parque e invitarlo a avanzar hacia el centro, donde un
gran colchón inflado, semejante al de un “pelotero”,
rodeado de una red, hace las veces de castillo. La
ambientación se realza con un vestuario colorido y
brillante, y una música original “con características
electrónicas”, precisa Alvarellos, enamorado de los
clásicos, a los que respeta, incluso en el “gongorismo”
de algunos parlamentos. En diálogo con Página/12, el
director advierte que se practicaron cortes en las
“reiteraciones” y que los subrayados referidos a la
“instancia animal en lo humano” son decisión del grupo.
“Una actriz, por ejemplo, elaboró su personaje tomando
como base veintisiete acciones de un cocodrilo”, cuenta
Alvarellos. Los movimientos de animales inspiraron
también las composiciones de Lear y de Cordelia, cuya
intérprete protagoniza también al Bufón, que trabaja en
el trapecio y estudió “las acciones del loro”.
–¿Cómo
acerca al público una historia que no es sencilla?
–Esa tarea
la cumple en esta obra el personaje del Comodín. Entrega
el programa y va acercando la trama a los espectadores.
Ubicamos a este Comodín por fuera del ámbito en el que
transcurre la historia. Además de los personajes
centrales, hay otros que van “armando” la obra. Son los
Camenso, los capitanes, mensajeros, soldados. En suma:
los grises.
–¿Qué
significa aquí el colchón inflado que se utiliza como
piso?
–Ese
colchón también se desinfla, como acompañando a las
emociones. Se me ocurrió ese piso por resbaladizo. Es
como vivir en el lodo. Ese es el piso de los poderosos.
La red que lo rodea sustituye a las paredes del castillo
de Lear, y la rampa hacia fuera simboliza el camino al
exilio. En ¡Ay, bufón!... se desarrollan dos historias
paralelas: una es la de Lear, rey de Bretaña, un anciano
autoritario, y sus tres hijas (Gonerila, Regania y
Cordelia) y la de Gloucester y sus dos hijos.
–¿A qué se
debe la elección del movimiento animal?
–El humano
no se ha desprendido de su conducta animal, y a veces
necesita disfrazarse para mantener una actitud. Por
ejemplo, para ser fiel, el personaje de Kent necesitaría
ser un perro. En esta obra hay frases irreemplazables,
como ésa de cubrir con una plancha de oro el crimen y
escenas en las que se muestran al poder y a la ceguera
como inseparables. Los premios y las dádivas del
poderoso son ojos que deben mirar como quiere el poder.
–¿Qué
puede decir de la diversidad del teatro de calle?
–Una cosa
es el teatro comunitario, el de los vecinos; otra la
murga, que es arte del pueblo más que arte popular, y
otra el profesional. Nosotros, dentro de lo profesional,
tenemos tres grupos en el Parque: La Intemperie, Caracú
y La Runfla. El primero estrenó Sangre de tu sangre, una
versión de Antígona, de Sófocles. La estética de Caracú
es diferente: presentó Lauchase rebela (adaptación del
cuento El casamiento de Laucha, de Roberto J. Payró), un
capítulo de Don Segundo Sombra (de Ricardo Güiraldes) y
ahora ensaya una versión de La gringa, de Florencio
Sánchez. La diversidad del teatro callejero nos llevó a
organizar encuentros con invitados extranjeros. A partir
del 15 de este mes, lanzamos la convocatoria para el
tercer encuentro.
–¿Cuál es
el punto en el que coinciden los grupos de calle?
–Lo
nuestro es una opción estética e ideológica: ocupar el
espacio público, tomar al transeúnte y transformarlo en
espectador.
–¿Qué
requiere esta “ocupación”?
–Como toda
actividad cultural, el teatro de calle necesita apoyo
institucional, de particulares y del público. Nosotros
contamos con la parte edilicia. Nos han designado un
lugar donde podemos guardar la escenografía, el
vestuario... En otra época fui coordinador de este
centro cultural, pero sentía que la gestión estaba
chupando mi actividad creativa. Ahora, logramos
organizar un seminario de introducción al teatro de
calle dentro de la carrera de arte dramático.
–Deben
adaptarse a todo tipo de cambios, también climáticos...
–Sin
embargo, con días feos también contamos con público.
Siempre se dijo que el teatro de calle es un poco tosco.
Nosotros comprobamos que se pueden lograr climas muy
sutiles. Este tipo de teatro demitifica al actor pero
también lo agiganta. En la calle lo vemos en su estado
más puro. Nosotros, como grupo, mantenemos una salita en
el barrio de Floresta, pero la utilizamos a pleno sólo
durante las vacaciones de los chicos y para organizar
talleres de plástica. Los pibes se pasan allí una tarde
con un abono de dos pesos. Espero poder editar en un
libro nuestra experiencia en teatro callejero. Planeo un
repaso por la época de la dictadura militar y las
décadas del ’80 y el ’90, cuando casi no había artistas
en la calle. Para contrarrestar aquella carencia,
nosotros organizamos en 1991 un encuentro de teatro y
murga. Tuvimos que atravesar el desastre del 2001 para
que el teatro de calle y el comunitario adquieran
fuerza.
–¿De qué
clase social provienen los jóvenes interesados en el
teatro de calle?
–Los que
llegan al centro cultural o a otros ámbitos en los que
trabajamos son alumnos de la escuela de arte dramático.
Son pocos los egresados que se acercan para experimentar
cómo es esto de crear en la calle. Por otro lado,
coordinamos, junto con Adolfo Pérez Esquivel, un trabajo
para Aldea Pilar y otro para un centro de General
Rodríguez, donde se organizan talleres para chicos de
barrios carenciados. Nosotros iniciamos un taller de
teatro como una forma de contención, pero también de
adquirir un oficio. Los chicos confeccionan sus
máscaras, vestimentas y zancos, y ya tuvieron su primera
representación en la plaza de Pilar.
Fuente:
Página 12