Las
andanzas de Faustino Ximenez
Faustino Ximenez
era un antiguo y probo Juez de paz del partido de Flores, una
persona muy conocida por la sociedad de aquel entonces, pero
que por cuestiones de negocios desafortunados estaba en la
bancarrota.
Juana Rita
Pintos y Ortega, por el contrario, pertenecía a una familia
sin demasiada trayectoria pero con mucho dinero.
Faustino se
enamora de Rita, se casan y tienen, con los años, siete hijos.
El matrimonio
compra en 1851 las tierras sobre las que eregiría el barrio
(Av. Rivadavia, Segurola, Av. Gaona y una línea irregular que
podría asemejarse al trazado de las actuales Concordia o
Campana). Fue en los tiempos en que la antigua Chacra de
Norberto de Quirno y Echandía (vasco, lechero, que proveía a
una vasta zona de la ciudad con su producto, y de actuación
relevante durante la semana de mayo de 1810) comienza a
subdividirse y a venderse.
Faustino Ximenez
compra con dinero de su esposa (y a su nombre) la porción
señalada. Ese mismo año Rita muere de una extraña enfermedad,
Faustino hereda la parte que por derecho conyugal la ley le
reconocía y administra sin demasiado acierto la porción
perteneciente a sus siete hijos menores.
Con el correr de
los años, y luego de hilvanar una cadena de negocios
desacertados, muere, dejando gran cantidad de lotes
hipotecados o vendidos (el sector se había parcelado), razón
por la cual sus hijos reciben prácticamente nada y la fortuna
de la que fuera su mujer queda reducida a migajas...
La joven
de Montevideo
Una enigmática
joven llamada Josefa Otamendi, oriunda de Montevideo, llega a
Buenos Aires acompañada apenas por sus padres, por unas pocas
maletas desgastadas, y por sus frescos y ambiciosos 21 años.
La muchacha
entra en relación con algunas personas de la sociedad de
aquella época que estaban adquiriendo lotes en La Floresta y
decide seguirles los pasos.
En busca de
asesoramiento inmobiliario recurre a un Doctor, jurisconsulto
de notas, llamado Ramón Burgos, de relevancia profesional por
aquellos años ya que había llegado a colaborar como asesor con
Dalmacio Vélez Sarsfield en la redacción del Código Civil.
Ramón Burgos se
había enamorado en su juventud (allá por el 1840) de Balbina
Davis, con quien se hallaba casado y con dos hijas al tiempo
de ponerse en contacto con Josefa.
La joven
uruguaya seguía muy interesada (a pesar de los consejos en
contrario de su padre) en adquirir lotes en La Floresta, y con
tal motivo (o con tal excusa) continúa a frecuentando la casa
del Dr. Burgos.
No es difícil
imaginar el resto. Josefa Otamendi termina enamorada del Dr.
Burgos, pero un pequeño inconveniente se interponía en la
consumación de sus deseos (o de sus planes, mejor): el Dr.
Ramón Burgos estaba casado. Este detalle fue luego enmendado
por el destino ya que en 1871 la Sra. Davis fallece.
Dos meses
después de la muerte de su esposa el Dr. Burgos se casa con
Josefa Otamendi. Los flamantes esposos establecen su vivienda
en La Floresta.
Inexplicablemente (o no tanto) Burgos, en ese mismo año, hace
una venta simulada de todas sus propiedades volviéndolas a
comprar de inmediato, razón por la cual los bienes pasan a
pertenecerles a ambos por igual. Las dos hijas heredan la
porción de su madre fallecida.
En 1884 el Dr
Burgos muere de un accidente cerebro vascular, quedando Josefa
Otamendi como dueña de gran parte de los terrenos que hoy
componen nuestro barrio una vez que arregló el tema de la
herencia con las hijas del difunto.
La dama dona una
pequeña porción de tierra a lo que luego sería la Asociación
de Socorros Mutuos e Instrucción de La Floresta en Avellaneda
y Chivilcoy, y se enamora de un joven 22 años menor que ella:
el Arquitecto Leopoldo Rígoli con el cual se casa en 1885.
Josefa se
enferma, otorga un poder general a favor de su esposo, y este
comienza a vender las propiedades aún antes de la muerte de su
mujer, la cual se produce en el año 1908.
El Arquitecto
Rígoli hereda toda su fortuna, la cual va consumiendo
rápidamente al punto de morir, años después, casi en la
indigencia. Apenas conservó una fracción de la quinta “La
Primavera” (Av. Gaona y Segurola) que fuera hogar conyugal de
la ambiciosa pareja.
En un
Rincón de Floresta
Quizá sea este
uno de los pocos dramas ocurridos en el barrio que logró
trascendencia al plasmarse en letra, en tango, en canción.
El tema contó
con música de Mario Licarse y letra de Juan Miguel Velich, fue
grabado por primera vez en 1925, y se supone que a través de
la dedicatoria que tenía en su edición original ("dedicado a
Tomás Dulofeu y familia") se rindió homenaje y reconocimiento
a los hermanos inmolados a través del que fuera uno de sus
descendientes.
Roncan los
fuelles un tangazo...
y entre requiebros de gracia
la maleva aristocracia
rinde culto al carnaval;
y mientras Momo sonríe,
en su mueca se adivina
que va urdiendo, Colombina,
una tragedia brutal.
Dos hermanos la disputan...
y al terminar de la fiesta,
en un rincón de Floresta
van a dirimir su honor.
Desenvainen los aceros
Y en titánica partida
se juegan cara la vida
por un quimérico amor".
Comentario
final
Seguramente
nuestro barrio no será especialmente prolífico en historias de
amor, o de desamor.
Apenas, como en
cualquier lugar del planeta, conformaremos un puñado de
hombres y mujeres soñando sus pequeñas grandes historias de
vida. Llenando con grandeza o con miseria cada uno de
los momentos transitados, cada respiración exalada, cada una
de las pulsaciones perdidas...
Aunque quizá
convenga reconocer, que por su masividad y trascendencia, la
historia más difundida de amor, pasión, valentía y traición
que se haya dado en nuestro barrio le pertenezca a Jorge Luis
Borges. Rosendo Juárez, el hombre de la esquina rosada, supo
contarnos con imaginaria fidelidad los pormenores de la
diversidad contradictoria que reposa en todos nosotros,
vecinos de este barrio, habitantes de este planeta.
Carlos Davis |