A DOS
MESES Y MEDIO DEL DESASTRE
Tenía miedo de volver a un lugar cerrado y con
gente
17/03/2005 -
Desde el 30 de diciembre les huye a los subtes y a
los ascensores. Sus compañeros de colegio lo
ayudan. "Me siento raro, pero bien", dice.
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El
timbre que anuncia el último recreo de la primera
mañana de clases ya sonó. Algunos chicos cruzan al
quiosco de enfrente para comprarse un sándwich o
jugar un metegol. Muchos están vestidos con
remeras de bandas de rock: Intoxicados, Los
Piojos, Bersuit. Facundo Amador, de 15 años,
podría ser uno más entre ellos. Pero no. El, que
lleva una remera negra de Callejeros, es un
sobreviviente de Cromañón. Y eso, como asegura su
padre, Daniel, "es una marca que va a tener que
llevar toda la vida".
"Tenía miedo de volver a un lugar cerrado con
tanta gente. Pero mis compañeros me ayudaron mucho
y me sentí bastante bien. Algo raro, pero bien",
dice Facundo, que a partir de la tragedia le huye
a los subtes, a los ascensores y toma
antidepresivos.
La
jornada en la Escuela Técnica Nø 17 "Cornelio
Saavedra", de Floresta, arrancó temprano. A las 7
y 20, el director dio su discurso. Luego se leyó
una carta enviada por la Secretaría de Educación
porteña que hacía alusión a Cromañón y se pidió un
minuto de silencio por las 193 víctimas. Nada más.
Según los alumnos, el homenaje sonó bastante frío
y atado a la norma. "Cómo si hubiera sido
cualquier otro año", dijeron.
Pero
éste no era un año más. Y mucho menos para
Facundo. "Nos enteramos recién esta mañana, cuando
el padre nos vino a contar. En el verano buscamos
en las listas para ver si había algún alumno del
colegio en ellas y contactarnos con las familias,
pero Facundo no estaba", comentó la regenta del
turno mañana, Elena Isamat, quien además prometió
que el colegio brindará "toda la contención
necesaria". Después del acto inaugural, comenzó el
dictado de las materias. Y según Facundo, los
profesores tampoco se refirieron a Cromañón. "Yo
mismo saqué el tema con preguntas y comentarios.
Creo que en materias como Educación Cívica o
Historia se podría abordar. Tiene que estar la
posibilidad, aunque también se tiene que respetar
a los sobrevivientes que no quieren hablar". El
está entre los que buscan expresarse y cree que el
ámbito escolar es el lugar adecuado. Por eso, y
porque teme que el olvido y el silencio tiñan la
tragedia, firmó un petitorio presentado ante el
Gobierno porteño anteayer para que el tema se
incorpore a la currícula.
Aro
dorado en la oreja, flequillo y jean gastado,
Facundo se define como un "rollinga". Su padre
—que lo acompaña a las marchas y también a los
recitales— dice, en cambio, que su hijo es "un
fundamentalista del rock". Esa pasión fue la que
lo arrastró la noche del 30 de diciembre al
boliche de Once. Para Facundo era una oportunidad
de despedir con una "fiesta" el año. Un buen 2004
que se terminaba sin materias a diciembre y un
promedio de casi ocho.
"Cuando comenzó el incendio, yo estaba cerca de la
puerta. Ni siquiera vi el fuego, sólo la cara del
cantante iluminada por una luz y escuché a alguien
decir: 'Se incendió todo'. Agarré a mi prima y
salimos corriendo", cuenta. Los dos se pararon
enfrente y esperaron veinte minutos. En su
inocencia supusieron que alguien apagaría rápido
el fuego, que el cantante volvería a tomar el
micrófono y que la fiesta continuaría. Pero lo que
vieron les mostró otra realidad. "Esa noche no
pude dormir. Llegué a mi casa y ya se hablaba de
130 muertos. No lo podía creer".
El
fin de año lo festejaron cómo pudieron. En una
terraza, con amigos. Pero cuando comenzaron a
escucharse fuegos artificiales, Facundo se
aterrorizó. Unos días después sus padres pidieron
atención psicológica y comenzó a tratarse en el
hospital Santojanni. Una terapia que, tal como le
adviertieron los médicos, puede durar "unos meses,
un año o toda la vida".
Facundo deja la escuela y se aleja junto con su
padre. Mañana volverá a sentarse en el mismo
banco, con su remera inseparable de Callejeros. El
quiere hablar. Espera que alguien lo escuche.