Menos la
abuela, el resto se alquila todo”. Palabras más, palabras menos
es la frase que utiliza Santiago Levy, Gerente de Montepío
Antigüedades, para describir la innumerable colección de objetos
y muebles antiguos con la que cuenta.
Es uno de
los lugares más elegidos por las productoras de televisión a la
hora de ambientar una serie, una novela o programa que
transcurra en tiempos remotos y no tanto.
Además de actores, conductores, guionistas, productores,
técnicos y otros tantos menesteres, la ambientación forma parte
de una realización televisiva. Desde el mínimo detalle de un
viejo sifón de soda de la época en que las burbujas se colocaban
a mano hasta un ropero de 1940 o un colectivo modelo ’52, nada
se deja librado al azar en un programa con cierta pretensión de
éxito. Allí aparece la necesidad de conseguir todos los
elementos necesarios para que, por ejemplo, una novela que
transcurre en los años ’50 parezca real. Y ahí entran en escena
aquellos que se ocupan de recuperar, coleccionar y restaurar
todo lo viejo, lo antiguo.
Sillón
utilizado en el film Ay Juancito
Santiago
Levy cuenta con orgullo que su negocio de medio siglo es algo
familiar y que en ese lugar ubicado en Cuenca y Rivadavia, en el
barrio porteño de Floresta, tiene “más de cuatro pisos de
mercadería y por eso siempre encuentran lo que buscan”. Y
agrega: “Las antigüedades que tenemos arrancan desde comienzos
de 1900. Más de cien años ya es muy complicado. Igualmente, lo
que más se alquila es lo del ’20 a esta parte, sobre todo lo
americano del ’50 ó el ’60”.
El Gerente de Montepío recuerda que “hace algo más de 10 años
que se comenzó a alquilar antigüedades para televisión” y que
todas las grandes productoras, como Pol-Ka e Ideas del Sur, lo
visitaron. Así, desfilaron y desfilan por el negocio en busca de
muebles, adornos, arañas, productores y ambientadores de
Costumbres argentinas (Telefé 2003), Los Roldán (Telefé 2004 /
Canal 9 2005) y la aún no estrenada Hombres de honor (Canal 13),
entre tantos otros. “Es una cuestión de comodidad, practicidad.
¿Para qué van a comprar si después no saben dónde guardarlo?”,
resalta Levy.
Las escenas de exteriores de las series o novelas que
transcurren en décadas pasadas requieren de precisiones tales
como elegir los modelos de autos emblemáticos de la época o los
colectivos que circulaban en esos años. La tarea no suele ser
fácil, aunque existan coleccionistas como Carlos Achaval,
periodista y presidente del Museo del Colectivo. La explicación
la da él mismo al asegurar que “las productoras de televisión
suelen no obrar con sensatez” a la hora de hacer un pedido. Y
ejemplifica diciendo: “Han mandado productores que no conocen
nada de colectivos a pedirme un (Mercedes) 1114 de 1960, cuando
el primero apareció en 1968. U otro caso en el que me pidieron
un colectivo plateado largo y redondeado como los ingleses
cuando en realidad esos colectivos son alemanes”.
Más allá de los casos anecdóticos, uno de los puntos más
difíciles de resolver es la seguridad de lo que se alquila. A
Achaval, que cuenta con joyas como un Autocolectivo de 1928, eso
le preocupa mucho, ya que tuvo tragos amargos como el día en que
“alquilé un colectivo, conseguí los asientos de ese modelo, hice
de todo para que saliera bien y, finalmente, me perdieron los
asientos”. Ahora cuida cada detalle, no se relaja aunque cobre
quinientos pesos por día de alquiler y siempre está presente
cuando algún colectivo u objeto de su colección va a entrar en
escena.
El caso de Santiago Levy es diferente. Su fórmula es sencilla:
“Vienen, dejan un depósito del valor del mueble y de ahí se
cobra un porcentaje que dependerá del tiempo y del objeto”. Y
agrega que “el costo de alquiler es de un 30 por ciento del
valor del mueble u objeto por el período que sea. Por ejemplo,
un ropero de 1950 con espejo cuesta mil pesos, lo mismo que un
juego de sillas de esa época, entonces el alquiler será de 300
pesos”.
Levy dice que alquilar antigüedades es un negocio rentable, pero
asegura que iniciarse en ese metier es “algo casi imposible en
esta época” y con tono casi desafiante pregunta, “¿cómo hacés
para conseguir muchas cosas de varias décadas? Tenés que contar
con una base de muchos años. A nosotros nos pasa que nos piden
mucho los micrófonos de pie muy viejos y se nos hace difícil
encontrarlos”.
Queda claro que: el que busca... encuentra. El que guarda...
tiene. El que tiene... alquila. La televisión agradecida. Y
todos contentos.
Negocio de familia
Fue el
bisabuelo del actor Arturo Puig quien inició el oficio familiar.
Comenzó en Barcelona, donde había ganado un concurso por el
diseño de una silla. Allí decidió dedicarse a proveer de
utilería a los espectáculos. Luego vino a continuar su negocio a
la Argentina. Así nació, en Parque Patricios, la Utilería Puig,
que heredó el abuelo y después el padre de Arturo.
Hasta
comienzos de 2000, Arturo Francisco Puig, el padre del actor,
era consultado permanentemente cuando de conseguir una
antigüedad se trataba. Pero en 2002, por diversas razones, padre
e hijo decidieron deshacerse de esas 5000 reliquias, algunas que
estaban con la familia desde 1870.
Así quedaron
en el recuerdo de los Puig sillones de mimbre usados por Luis
Sandrini en Así es la vida o por Tita Merello en La madre María,
cocinas inglesas, teléfonos públicos color naranja (de la época
de Entel), ruedas de carro viejas, una bañera con patitas,
tocadiscos Emerson...