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8.-
Alberto Carlos Natalio
Cortese - Parte II
(albertocortese@maderoeste.com)
Avellaneda y Bahía
Blanca
En mi lejana infancia,
mientras el "campito" del
viejo andén lechero nos
hacía de imaginario estadio
para mil clásicos futboleros
de sábado a la tarde,
escuché algunas historias
que nombraban a La Porteña,
y mil recuerdos que algunos
ancianos desgranaban en los
bancos del andén. Historias
que apenas escuchábamos
mientras nos perfilábamos de
frente al arco rival,
imitando a aquel goleador
apenas vislumbrado desde la
radio en los interminables
(y felices) domingos en la
plaza del barrio...
Y no entendíamos el porqué
de tantas historias,
mientras veíamos pasar los
trenes hacia la
inimaginablemente lejana
Pampa. Hasta que fuimos
descubriendo lo que era el
paso del tiempo, y se fueron
acumulando las memorias de
nuestros juegos, de pibes
atorrantes, de madres
llamando a "tomar la leche",
de aquellas peleas por un
penal mal cobrado, por el
"gordito" que hacía de
referí ... Y ahora que ha
pasado el tiempo, y la
suerte nos llena con la
alegría de seguir "pateando"
cansinamente una pelota con
aquellos mismos compinches
en un moderno césped sin
barro, te veo, mi vieja
estación Floresta, casi
igual que antes, pero...
Ya no pasan aquellos trenes
de madera, llevando a los
"grandes" (la gente grande
para nosotros, pibes
despreocupados) al trabajo
lejano, pero esperanzador y
lleno de promesas de casa
propia y algún soñado "fitito"...
Ya no pasa aquella extraña
locomotora de aspecto de
tranvía, y de agudo silbato,
con su carga a cuestas,
rumbo al puerto bullente de
humos, de gente como
nuestros abuelos, que venía,
y ni soñaba en irse de esta
maravillosa tierra...
Ya no pasa el velocísimo
coche motor, apenas
vislumbrado desde un fugaz
relámpago de color crema y
verde, rumbo al oeste. Ya no
son los mismos esos
relucientes coches
eléctricos, venidos del
oriente lejano, portadores
de comodidades casi ajenas.
Pero nosotros sì somos los
mismos, porque podemos soñar
(y hacer) aún, algo distinto
de lo que hemos dejado que
hagan. Porque aún nos
juntamos en el club del
barrio, y un par de cafés y
discusiones metafísicas
disfrazadas de fútbol, nos
hacen sonreir al encontrar
las mismas complicidades,
los mismos gestos, la misma
necesidad de seguir juntos,
pese a todo...
Somos dueños de nuestros
recuerdos, y eso nos hace
eternos, y tenemos que
construir desde ahora el día
de mañana. Desde el ayer
implacablemente desaparecido
hagamos, desde las sonrisas
y los juegos con sagrada
inocencia de nuestros hijos,
una nueva estación hacia los
sueños. Si alguna vez se
pudo, puede volver a
hacerse.