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8.-
Alberto Carlos Natalio
Cortese - Parte I
(albertocortese@maderoeste.com)
Avellaneda y Bahía
Blanca
La placita Vélez Sarsfield,
aquellas aventuras..., Cada
vez que recorro tus ahora
enrejados senderos, en
alguna tarde triste de
otoño, todos tus recuerdos
se me vienen a la memoria. y
pese a la lejanía, todos
ellos ahuyentan la
melancolía de la puesta
morosa del sol declinante. Y
es que me gusta unir a las
sonrisas de los niños
actuales, todas aquellas
travesuras que nos daban
tanta vida hace tantos años.
Tanta vida, tantos
barriletes de sueños, que
aún hoy vivimos de ellos.
Sí, no seríamos lo que hoy
somos, sin los susurros
lejanos de aquellas
arboledas de los años 60 en
la placita del barrio...
Y me acuerdo de aquellos
interminables picados,
réplicas inmensas en su
pequeña escala, de los
"clásicos" domingueros que
nos hacían hasta llorar de
amargura, cuando nuestro
equipo perdía. Sabíamos de
las "cargadas" de la barra
al atardecer en el almacén
de Don Ángel tomando una
coca o una Bidú Cola!, y
esperábamos la pronta
revancha.
Algunas veces, cuando el
guardián de la plaza se
descuidaba un par de horas,
durmiendo una oportuna
siesta en su "oficina" de la
montañita, copábamos algún
cantero de césped
inmaculado, donde la pelota
marrón de cuero reluciente
que algún afortunado había
podido comprar, brillaba y
se deslizaba obediente hacia
el arco contrario. Pero
otras veces (las más)
debíamos conformarnos con la
esquina en forma circular,
tapizada de duras baldosas,
y con los arcos casi
contiguos, dando forma a
aquellos extraños partidos
en que el número "diez" (el
más habilidoso entre varios
participantes a tan elevado
trono) debía casi convivir
con el rústico defensor
dueño de la pelota en tan
singular geografía, tan
lejana del añorado cantero
hoy vacante "por fuerza
mayor" (el guardián había
despertado..). O sino, un
"cabeza" de a dos, con los
árboles como mudos testigos
haciendo de arcos enormes
para nuestros aún pequeños y
vacilantes pasos.
Recuerdo, por haber estado
en el "bando equivocado",
que éramos dos grupos, los
"grandes", un par de años
mayores que nosotros, y los
más chicos, o sea nosotros,
y cómo quedábamos
discriminados en el armado
de los partidos, casi
siempre eternamente
relegados al "banco" hasta
que alguno se cansaba y nos
dejaba entrar. No había
técnico que hiciera los
merecidos cambios! Pero
cuando no estaban los
"grandes", nos desquitábamos
en interminables maratones
que podían durar toda una
tarde.
Una de las mayores pero
secretas emociones, era
cuando en la "pisadita" para
armar los equipos, alguno de
los que más admirábamos
futbolísticamente, nos ponía
primeros en dicha selección.
Nos hacíamos que no nos
importaba, pero lo tomábamos
como seguro próximo paso a
ser llamado a algún partido
"interbarrial" para defender
la intangible pero
invencible camiseta del
barrio!.
Recuerdo cuando llegaba la
primavera, y la aún relativa
cercanía de una pampa que ni
siquiera intuíamos, nos
acercaba bandadas de
coloridas mariposas, que
perseguíamos entre las
flores, y a veces hasta
penetrando osadamente en
algún pasillo de una casa
soleada de la vereda de la
calle Bogotá.
Recuerdo la emoción cuando
divisábamos algún "Limonero"
(una mariposa
particularmente grande, de
hermosos colores negros y
amarillos), que
perezosamente y con desdén,
aleteaba en las copas de los
jacarandás, lejos de
nuestras ramitas "asesinas"
que la esperaban
pacientemente abajo.
Las noches de verano, en el
sendero que circunvalaba la
plaza casi por su parte
media, ya vacío de
inoportunos visitantes,
aprovechábamos la "pista
liberada" y organizábamos
vertiginosas carreras de
bicicletas, cada una
ornamentada con lo que su
"piloto" podía en base a
"sponsors" en forma de
padres con mayor o menor
fortuna. Algunos con
relucientes faroles y
bocinas de aire, otros con
la modestia de una bombita
de agua pobremente inflada,
y haciendo "ruido de motor"
al estar estratégicamente
atada rozando la rueda
trasera. No importaba, allá
íbamos, y para nosotros era
la gloria de una carrera de
Turismo Carretera en nuestro
pequeño mundo de sagradas
inocencias.
¡Quién no se acuerda de las
figuritas de fútbol!, la
tele apenas existía, y solo
veíamos cada tanto los
rostros de nuestros héroes
en algún Gráfico leído de
apuro en la peluquería del
barrio, o cuando podíamos
juntar unos mangos para ir a
la cancha de Vélez, que nos
quedaba cerca viajando en el
"Sarmiento", y allí, pegados
al alambrado, ver las caras
de aquellos jugadores
famosos, que permanecían
años y años en el mismo
equipo dando realidad al
"amor a la camiseta".
En demoradas tardes de
veranos calurosos, nos
cambiábamos los "pilones" de
figuritas, buscando
afanosamente la "figurita
difícil" (recuerdo a Ríos de
Colón y Obberti de Los
Andes!) que nos permitiera
completar el álbum y acceder
a una mítica pelota ¡nueva!
de cuero. Ya se perfilaban
los que serían comerciantes
en el reparto caprichoso de
la vida, pidiendo siempre
más que lo que daban: "te
doy estas dos, pero vos dame
cinco". Luego llegó (¿cómo?,
no sé, pero de alguna manera
ocurría.) la moda de las
carreras de autitos "con
suspensión". Y ahí sí, se
veían con cándida nitidez,
lo que cada uno podía o no
en materia de
"equipamiento". Siempre
aparecía alguno con el
último modelo, y los que
teníamos que apechugarla con
un auto ya descascarado por
los meses de uso continuo,
tratábamos de disimular el
envejecimiento con alguna
oportuna calcomanía de
"YPF", cuidadosamente
colocada en los lugares más
afectados.
Tantos recuerdos, y tantas
sanas aventuras. Cuando les
cuento a mis hijos estas
cosas, me miran sin
entender, y me dicen "che
papá, estás viejo.", no
importa, yo creo que ya les
planté la semilla que mis
viejos me dieron a mi: cielo
y amistad, son lo mismo,
siempre. Y la placita hoy es
otra, pero es la misma
emoción la que vive en sus
caminos, en sus fantasmas y
en sus hamacas nuevas, y en
sus pájaros que hoy, ya en
la noche, han dejado de
cantar, pero mañana, todo
comenzará de nuevo...