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59.-
Nélida
R. Bellometti Romano
-
jaznellyr@hotmail.com
José Enrique Rodó 3862 -
Laguna al 700 - Olivera al
300
Nací en Floresta, vivo en
Floresta y espero pasar a
mejor vida en Floresta.
Residí, desde 1943 hasta
1965, en José Enrique Rodó
3862, entre Martínez Castro
y Laguna, y tras un par de
años, en Laguna al 700.
Luego me establecí en
Avenida Olivera al 300,
donde actualmente no sé si
resido o resisto.
De la primera etapa en Rodó
guardo hermosísimos
recuerdos, por todo lo
alegre y pueblerino que fue
ese período. Anotaré algunos
puntuales hechos...
Cuando la vacas iban al
parque Avellaneda, en grupos
de 6 ó 7 animales, arriados
por expertos lecheros que
vendían el producto de la
fábrica al consumidor. El
alboroto de las vecinas
cuando circulaban los
vendedores de gallinas,
viendo quién se quedaba con
la mejor. Después vinieron
los primeros adelantos de la
modernidad: las vacas
quedaron bien guardaditas y
la leche empezó a
distribuirse en carros
tirados por caballitos que
aprendían el recorrido de
memoria.
Además, en Rodó y Laguna
funcionó durante largo
tiempo una lechería
impoluta, donde vendían un
dulce de leche suelto que,
aún hoy, me hace agua la
boca el recordarlo. Si me
habré recibido retos por
comérmelo en el camino...
Otro de los recuerdos que
fluyen a mi memoria es el
carro de la Panificadora,
con su inconfundible olor a
masas horneadas, haciendo
alto en Martínez Castro y
Rodó, frente a la vinería "Dal'Armelina"
(donde se vendía a buen
precio y mucha demanda el
auténtico vino mendocino).
Los vecinos salían a la
carrera para llegar primero
al carro y alzarse con los
mejores panes de un conjunto
donde todos eran buenos.
Los 29 de junio se celebraba
la festividad de San Pedro y
San Pablo quemando muñecos
ingeniosamente construidos
por los vecinos, en fogatas
encendidas en las calles,
donde iban a parar ramas
secas, cubiertas, cosas en
desuso y, a veces, cosas en
uso que algún borrego
distraído sacaba de su casa
sin conocimiento de los
padres. Como cada muñeco
representaba a un grupo de
vecinos, había que hacer
guardia para asegurarse que
los materiales combustibles
no fueran sustraídos por los
de la otra cuadra.
Yo no soy gorila, pero
recuerdo emocionada los
desfiles militares para las
fechas patrias. Veíamos en
esos uniformes, en esos
pasos marciales, en esas
marchas, la imagen de la
Patria de San Martín y
Belgrano.
Y paso a otra menos sagrada
y mas dicharachera: los
Carnavales. El juego con
agua a la hora de la siesta
y las tomas por asalto de
las casas de vecinos
complacientes, donde el
abordaje termina en bailes
de disfraz, torneos canoros
y, por supuesto, algunas
viandas para entretener el
diente, regadas
adecuadamente por jugos
(especialmente de uva para
los mayores).
Me acuerdo de las bromas que
los chiquilines le gastaban
a los hombres, tendiendo
sacasombreros. Hoy eso sería
un imposible, porque los
hombres hace rato que
dejaron de usar sombrero. El
sombrero es un recuerdo,
como los tranvías 40 y 48
que circulaban por la
Avenida Juan Bautista
Alberdi. El 40 llegaba a
Primera Junta y el 48 se
aventuraba hasta el centro.
¡Qué tiempos aquellos!.
El Parque Avellaneda es todo
un capítulo en la historia
de Floresta. Yo recuerdo la
Biblioteca, que funcionaba
salteado, pero prestaba un
importante servicio a la
comunidad. En el parque
funcionaba el natatorio de
aspecto greco-romano, donde
(rigurosamente por separado,
unos días unas y otros días
otros, para evitar
amontonamientos) muchachas y
muchachos podían disfrutar
de los atractivos del
liquido elemento.
Floresta, como todos los
barrios de Buenos Aires,
tuvo sus personajes
emblemáticos: el
organillero, el barquillo,
el heladero, el afilador,
que se repetían y daban
música, color, sabor y aroma
a las calles, donde hoy
deambulan los mp3 con sus
desconectados usuarios,
masticando chicles y tomando
agua mineral en prácticas
botellitas.
En fin, mis recuerdos hacen
fila para que hable de
ellos; pero no quiero agotar
las paciencia de los
lectores; tan solo he
querido aportar mi granito
de arena a la construcción
de la memoria del Barrio que
llevo en mi corazón.