Este cauce
bastante modesto cobraba una importancia repentina cuando
luego de alguna lluvia importante sus aguas crecían de manera
desmesurada provocando la inundación de las tierras aledañas.
Su actitud
desesperada (no olvidemos que los querandíes, que andaban por
estas tierras durante aquellos años, habían dejado de ser
amistosos con los colonizadores a raíz del maltrato de
aquellos) le hizo internarse en la llanura.
El destino
quiso que en su andar se cruzara con un puma que estaba
pariendo a sus cachorros. La mujer ayudó al animal en su
trance de dar a luz a sus crias y luego, agobiada por el
hambre y el cansancio, cayó presa del sueño o el desmayo.
Unos
indios la encontraron en medio del campo junto a los animales,
los cuales, huyeron espantados al ver acercarse a la indiada.
La
Maldonado fue hecha prisionera y nunca más se supo de ella
hasta que un día fue rescatada por un grupo de soldados que
recorría la llanura.
Increíblemente la suerte de la Maldonado empeoraba minuto a
minuto, ya que en vez de gozar del alivio de la vuelta a casa
recibió el terrible castigo de la pena de muerte por haber
abandonado el pueblo para irse a vivir con los salvajes.
La mujer
fue conducida a las afueras del poblado, atada a un árbol
junto a un arroyo, y dejada a su suerte para que las fieras
del llano, o el hambre, o tal vez la sed, dispusieran de su
cuerpo y de su alma.
El destino
quiso, una vez más, otorgar un giro inesperado a los
acontecimientos, ya que las primeras fieras que se acercaron
hasta el cuerpo indefenso de la mujer fueran aquellas a las
que una vez había ayudado: la madre puma y sus cachorros.
Los
animales protegieron a la Maldonado del ataque de cualquier
bicho de las pampas; pero la mujer, cansada, sedienta y
vencida fue entregándose de a poco a las garras de la muerte
que la asechaba..
Al tercer
día la soldadesca regresó, vaya a saber uno si por piedad o
para regodearse con su desgracia, pero lo cierto es que
encontraron a la Maldonado atada junto al arroyo, viva aunque
desfalleciente, y protegida por los pumas a los que ella había
ayudado.
Los
hombres espantaron a las fieras y desataron a la mujer, la
cual, prácticamente falleció en sus brazos, al tiempo que un
rugido bravo aunque lastimoso parecía lamentar la muerte de su
valiente bienhechora.
De allí en
más, y a raiz de este infausto hecho, el arroyo a la vera del
cual murió la Maldonado recibió, como homenaje póstumo, su
nombre.
Carlos Davis |