La glorieta,
cubierta de moras y glicinas, es el paso obligado hacia el
otro lado de la plaza, exactamente hacia el Pasaje Particular
que “coquetamente” la limita.
Bajo la
glorieta, mesas y sillas albergan adolescentes y a transeúntes
que deciden encontrarse para tomar algo, para charlar, para
compartir un cigarrillo. Aunque a decir verdad, un poco más de
cuidado y limpieza, una manito de pintura como así también
unas lindas plantas en los alineados maceteros no le vendría
nada mal para adornarlas.
Y un poco más
allá, tal vez algo escondida, está la cascada; lugar que fuera
preferido por las novias. ¡Cuántas novias tendrán el recuerdo
de ese día, la foto que atestigua el esplendor del que
hablábamos al principio!
Cuentan los
vecinos del Pasaje Particular, que de noche se escuchaba la
caída del agua por las paredes azulejadas y que un poco de
brisa húmeda alcanzaba sus casas. También que los sábados a la
noche, el incesante ir y venir de autos y novias esperando
turno para posar, se convertía en una rutinaria diversión.
Me
pregunto, y estoy segura de que usted también vecino y lector
se preguntará: “¿qué podemos hacer para que la época de
esplendor vuelva a la placita Falcón”?
Por de pronto no
olvidar su brillo primitivo, su engalano original. Quizá
alguno de ustedes tenga una foto de aquella época y desee
compartirla con nosotros. Esperamos sus aportes mientras
pensamos en alguna estrategia para reflotarla de su letargo.
Quizá no seamos nosotros los responsables de su mantenimiento;
pero si somos sus dueños, sus usuarios, los vecinos que la
transitan y disfrutan, los encargados de defenderla, de pedir
por ella, de devolverle el lustre, el esplendor, la vida y
vitalidad que nos entregó con simpleza y generosidad.
Laura Pierre
para La Floresta
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