Vacaciones en
familia: mejor sin sharenting
Vida, redes e
intimidad
18/01/2024
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Las vacaciones en familia son una época para
generar recuerdos. Como mamás y papás, solemos compartir
retazos de escenas notables en nuestras redes sociales,
encendidos por los momentos vividos y deseosos de
eternizarlos. Sin sospechar que esta actividad, que abarca
los posteos que se concretan en términos de rol, se denomina
sharenting y consiste en una interpretación del propio ejercicio
parental a través de la publicación de información y
fotografías de nuestros hijos. Aquí el afán por consolidar
un espacio donde revivir instantes memorables, o por
confeccionar un repositorio que nos trascienda, nos empuja
hacia zonas de peligrosos grises, no siempre percibida.
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Aunque se
trate de una costumbre frecuente y aparentemente inofensiva,
demanda nuestra atención y, mejor aún, nuestra reflexión,
sobre varias cuestiones. Porque, pese a que mucho se ha
escrito sobre el tema, es evidente que todavía no se ha
popularizado como para instalarse en la conciencia
colectiva. |
En todos los casos, el sharenting es una práctica
cuestionable, que merece una reflexión personal y social,
así como una toma de acción precisa por parte de madres y
padres. Porque seguimos haciendo públicas imágenes de
nuestros hijos sin pensar en las posibles consecuencias de
nuestra conducta, presentes y futuras. Derivaciones que no
somos capaces de imaginar siquiera, por lo que una opción
prudencial sería abstenernos de hacer circular cualquier
tipo de dato que los involucre.
El enfoque por
diseño es lo nuevo en materia de defensa de los derechos de
la niñez en entornos digitales. Se trata de ámbitos
configurados para ser habitados y operados por niños y
niñas, con el fin de que puedan aprovechar las oportunidades
que la vida digital les ofrece. Para Jose Van Dijck,
investigadora de la Universidad de Ámsterdam, las
plataformas no son solo mediadoras, sino que moldean la
performance de los actos sociales que en ellas se
desarrollan. Al tiempo que los facilitan, los están
pautando, predefiniendo. De ahí la importancia de contribuir
a la construcción de buenos moldes, respetuosos y
protectores.
Lo cierto es
que, como adultos, compartir online información propia es
una decisión que asumimos -con mayor o menor conocimiento y
libertad-, cuyos efectos recaen sobre nosotros mismos. En
cambio, al exponer nuestros vínculos en contextos que
escapan a nuestro control, queda flotando la pregunta de
hasta dónde se extiende nuestra persona digital y empieza la
de nuestros hijos. La complejidad de la situación reclama
ser precavidos siempre.
Adicionalmente, el principio de progresividad es una
referencia insoslayable. A medida que los chicos crecen van
adquiriendo autonomía y ampliando su capacidad de
participación en asuntos que los afectan de manera directa.
Por eso, cabe que sean consultados antes de protagonizar una
historia familiar en Instagram, por ejemplo. Y esta consulta
es el pie perfecto para conversar sobre qué entraña publicar
información online y cuáles son los beneficios de una
autorrepresentación relacional frente a audiencias
desconocidas. Tanto nosotros como ellos tenemos que saber
que cualquier posteo es público y que va perfilando una
huella digital que supone una pérdida de la intimidad.
Por encima de
todo, la privacidad de niñas y niños debe ser resguardada. Y
debe entenderse como algo relevante y delicado, conectado
con el acceso a uno mismo, al propio mundo interior y a la
dignidad personal.
Siendo
conscientes de esto, podremos decidir qué riesgos tomar,
como así también qué consultas hacer y permisos pedir antes
de divulgar ciertos datos. Especialmente en esta temporada
del año, en que las vacaciones familiares comienzan y las
publicaciones se multiplican.
Mariángeles
Castro Sánchez
Docente e investigadora
Directora de estudios del Instituto de Ciencias para la
Familia
Universidad Austral
Fuente:
Telam