La agroecología es una manera de cultivar la tierra,
recoger y elaborar sus frutos que se caracteriza por cuidar
el medioambiente y recuperar tanto la sabiduría de los
pueblos originarios como las prácticas campesinas, que
tiende a la autosuficiencia y soberanía alimentaria, al
tiempo que fomenta el lazo social y se opone por definición
al agronegocio.
En este ideario se enmarca el espacio "La Ciudad nos
regala sabores", que desde 2012 ofrece salidas grupales
gratuitas para identificar plantas medicinales y comestibles
que están en la vía pública y recoger sus frutos.
"Todas las ciudades tienen árboles frutales o comestibles
que han plantado les vecines o los municipios en algún
momento, y la cantidad de alimento que producen es muy
abundante, variado y está al alcance de cualquier persona",
explicó Ludmila Medina.
Según el barrio y la época del año, en esas salidas se
pueden obtener nueces, naranjas, mandarinas, moras,
quinotos, limones, paltas, nísperos, pomelos, granadas,
aceitunas, plátanos, tunas, higos, ciruelas, entre otras
frutas; pero también verdolaga, laurel, diente de tigre,
achicoria, malva, albahaca, tilo y manzanilla.
Medina explicó que "la idea no es 'robar la fruta', sino
pedir permiso a los vecinos y charlar", porque la iniciativa
se enmarca en una propuesta más general de "volver a habitar
la ciudad desde una mirada más pausada y en comunidad", lo
que incluye "una pata educativa" porque las salidas son
aprovechadas para "enseñarles a nuestras niñas y niños que
el alimento sale de las plantas y no del supermercado".
De una idea similar partieron los fundadores del
colectivo "Necochea, ciudad frutal". "Acá tuvimos que
plantar los árboles porque no había tantos y la gente había
ido sacando algunos porque les rompía la vereda", contó al
respecto Juan García.
Después de haber plantado "100 árboles frutales en el
primer año", fueron surgiendo otras iniciativas como la
producción de plantines en las escuelas destinadas a vecinos
que quieran arbolar su cuadra, la creación de la "hospihuerta"
en el Hospital Emilio Ferreyra y una "biblioteca de
semillas" que funciona dentro de una de libros, tradicional.
"La hospihuerta está abierta para todas las personas que
quieran aprender a cultivar su propio alimento desde cero y
sostener un voluntariado cuya producción se destina en parte
a la cocina del hospital", contó Eugenia Podlesny.
En tanto, la biblioteca de semillas "pone a disposición
de la gente semillas en préstamo", con la idea de que "quien
se acerca a un espacio cultural con una inquietud
alimentaria" se interese también en "actividades de lectura,
clases de cocina o liberación de plantines".
En su casa del barrio porteño de Chacarita, Carlos
Briganti montó una huerta que aprovecha al máximo los 60
metros cuadrados de su terraza, donde practica todas las
propuestas de su colectivo "El reciclador" que aúna la
práctica de huertas agroecológicas comunitarias con "el
cirujeo" de cubiertas y envases descartados como basura para
ser reutilizados como macetas y composteras.
"Acá no hay espacios ociosos: tenemos semilleros,
germinadores y composteras barriales de 200 litros", dijo.
Además de promover el "sembrado de techos", Briganti
incentiva a los vecinos a montar en sus veredas macetones
hechos con cubiertas apiladas y pintadas de colores, para
generar "corredores alimentarios" de punta a punta de las
veredas, rebosantes de habas, repollos y tomates, entre
otras verduras, en el convencimiento de que "es posible
cultivar alimentos de alta calidad en el kilómetro cero".
Otra de sus iniciativas son las "bombas de semillas"
según el modelo del famoso agricultor japonés Masanobu
Fukuoka, con las que salieron a "bombardear" baldíos por el
día de la primavera para "visibilizar la cantidad de
terrenos improductivos que existen en las urbanidades" a
pesar de la "emergencia alimentaria" que podrían ayudar a
paliar.
"Son pelotitas hechas con humus que adentro tienen
semillas de zapallo: cuando cae la primera lluvia, la
humedad llega a la semilla que rompe la pelotita y se
alimenta de ese humus, para después echar raíz y alimentarse
sola", explicó Briganti a Télam.
Pablo Pistochi, por su parte, es una de las caras
visibles del colectivo "Veredas vivas para la soberanía
alimentaria" que construyeron un grupo de vecinos del barrio
de Devoto preocupados por la "pérdida de biodiversidad" y la
necesidad de "desmercantilizar los alimentos".
Convencido de que "las mejores tierras están tapadas de
cemento" y de que "hasta en el espacio más pequeño se puede
producir alimentos", Pistochi decidió plantar especies
trepadoras nativas en hoyos de 15 centímetros de diámetro
cavados en la vereda que transformaron la fachada de su casa
en un "muro verde".
"En las veredas suele haber árboles exóticos sin mucha
interacción con la fauna, pero cuando se plantan especies
nativas se empieza a generar otra cosa: afuera de mi casa
ahora hay perfumes, sonidos de grillos o chicharras y se
pueden ver mariposas o colibríes", contó.
Además, llegó a cosechar "12 calabazas" de un zapallo
plantado siempre con la idea de "cambiar tu metro cuadrado
para empezar a cambiar el mundo".
Los vecinos de este grupo tienen sus pequeñas huertas
domiciliarias o en veredas, recolectan frutos de plantas del
barrio y organizan encuentros de vereda donde el
conocimiento circula junto con las sonrisas y el mate.
Carlos Davis