la sobriedad del
palo borracho
Entre lo profano
y lo sagrado
01/11/2020
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Las máscaras son
bisagras entre lo profano y lo sagrado, entre lo humano y lo
animal, entre lo material y lo espiritual, antenas para
captar lo imposible.
Los chanés no mueren, me contaron en Tuyunti. Su espíritu se
refugia en el palo borracho a la espera de que el mascarero
lo rescate tallando la máscara. Eso sí, ni los mascareros
pueden acercarse al chuchán cuando el árbol está “de
encargue”, es decir embarazado, portando semilla.
"Para el entierro del carnaval salen el toro y el tigre a pelear. Lo
ideal es que gane el tigre porque es de los nuestros, al
toro lo trajo el blanco, pero a veces la cosa se nos va de
las manos y la pelea se vuelve seria y puede ganar el toro."
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Las máscaras son los más perfectos repositorios de nuestros
miedos, nuestras creencias, voluntades y deseos. Porque en
lo externo de aquello que se supone que ellas logran palpita
la profunda necesidad interior de que así sea. Y es sabido
que la fe mueve
montañas. En Argentina sólo queda una etnia que utiliza
máscaras rituales, los Chané. |
Cuando el majestuoso taperiguá se cubre de flores
amarillas empiezan los preparativos, se fermenta la chicha y
se le pide permiso a ese otro árbol, el palo borracho, para
irle extrayendo trozos de madera con los que se
confeccionarán las máscaras.
Las máscaras chané están talladas en la blanda madera del
palo borracho, árbol cuyo tronco espinoso luce forma de
botella de vino Chianti. El palo borracho, como las
máscaras, tiene mil nombres: tajibo, yuchán, samohú, samuhú,
copadalick, mandiyú-rá, mandiyú, algodonero, palo botella,
palo barrigudo, painera de Corrientes, árbol botella, árbol
de lana, toborochi rosado, paina de seda, árvore de la
paineira fêmea, lupuna, árvore de paina, barriga d’agua,
bomba d’agua, paineria branca, paineria de espinho, árbol de
la seda, ceiba de Brasil, kapoc, samoé. Científicamente era
conocido como Chorisia speciosa, hoy Ceiba speciosa. Los
chané del chaco salteño y chaco paraguayo lo llaman chuchán
y lo veneran porque lo consideran el Señor de las Máscaras.
Hacia finales del carnaval fuimos a Tuyunti, pobre
caserío de barro y paja en el árido chaco salteño más allá
de Tartagal. Teníamos la intención de asistir a un pin-pin o
arete, el baile ceremonia chané, pero llegamos tarde: se
había acabado la chicha y por lo tanto también los días
ceremoniales. Sólo quedaban en el descampado unos chicos que
brincaban al son de una flauta de carrizo. Tenían máscaras
de cartón y pedazos de tela armadas por ellos mismos
imitando a los mayores, porque los chicos no les está
permitido usar las verdaderas máscaras que representan, o
mejor dicho son, el alma o chea de los antepasados.
A nuestra llegada ya no quedaban más máscaras de añá, ni el
añá ‘ndechi ni el añá hanti, los distintos espíritus que
pueblan el imaginario de este pueblo llegado siglos atrás
desde el Caribe. Todas habían sido arrojadas al río, como
una limpia, porque la máscara bailada durante los carnavales
absorbe el mal de la comunidad.
No encontré allí las máscaras, pero sí la narración:
Eso sí, después las máscaras del tigre y el toro y todas
las otras máscaras que se usaron, junto con cajas y bombos,
se rompen y se queman o se tiran al río. El fuego o el agua
se llevan los espíritus de los antepasados, todos los
espíritus. El carnaval se va con todos los espíritus
dañinos, y también con los buenos que regresan a sus pagos
del más allá.
En Tuyunti y demás reservas chané, el pin-pin es bailado
en ordenadísima aunque algo bamboleante ronda alrededor de
un árbol. Hombres y mujeres del brazo arman breves hileras
que se desplazan como los rayos de una rueda. Las mujeres
sin máscara, el rostro embadurnado de rojo. Día tras día
mientras corra la chicha. Cuando ésta se acaba en toda la
comarca, cuando ya no queda ni una mazorca para ser
fermentada, surgen del monte los cuchis o cerdos todos
embarrados para hacer de las suyas, y también el toro y el
tigre que se entablarán en lucha simbólica. Eso cuentan.
Por suerte encontré más tarde algunas máscaras y unos
mascareros. En Campo Durán el cacique Máximo lamentó la
pérdida de las tierras confiscadas por YPF porque entre
otras cosas se opacaron allí los carnavales. Los jóvenes se
han ido a la ciudad a rebuscarse la vida, y el tigre y el
toro ya no aparecen casi nunca por allí, pero cuando lo
hacen la simbología muchas veces se subvierte. Se supone que
siempre ganará el toro, el mundo domesticado versus la
barbarie del tigre.
No dudé de su palabra y adquirí unos ejemplares. Y como
tengo un dios aparte –el dios Momo, naturalmente—al volver a
la ciudad de Tartagal el fin de semana siguiente al
miércoles de ceniza nos topamos con un gran corso callejero.
Y entre los carros alegóricos y los trajes de fantasía tipo
murga propios de todo carnaval, desfilaron comparsas chané
favorablemente aculturadas, porque las tradicionales
máscaras se habían sofisticado y prestado a los juegos de la
imaginación.
Logré adquirir un par, pintadas no con las tradicionales
tierras sino con simple pintura comercial al aceite. No por
eso son menos autóctonas. La más grande tiene el rostro
clásico: un óvalo blanco con nariz aplicada y ojos y boca
calados, pero la corona no es la clásica tablita sino dos
personajes propios: una gran cabeza de indio color castaño
con sonrisa reluciente, algo desdentada, y por encima de él
la monjita de hábito azul, típica de las misiones de la
zona. La otra máscara, más pequeña, tiene sobre la cabeza un
águila de alas desplegadas.
Cada portador había tallado la propia máscara. Al igual
que aquel joven que habíamos visto en Tuyunti tallándose una
máscara muy elaborada, de cresta sorprendente si bien con el
ovalado rostro de su tradición.
Luisa Valenzuela
NdR1: Luisa Valenzuela es una reconocida escritora, viajera y tiene
una colección de más de 200 máscaras de todo el mundo
(Fragmentos del libro Diario de máscaras).
NdR2: Una muestra virtual de Máscaras
Chané puede ser visitada en el Museo de Arte Popular José
Hernández (hacer
click aqui)
Fuente:
Telam