Con el desarrollo previo del contexto en el que se
llevaron a cabo los delitos contra las nueve víctimas y la
descripción del plan criminal, el fiscal se introdujo en las
particularidades de ese lugar, un enclave de la Operación
Cóndor, asociado principalmente con la persecución y
represión de ciudadanos uruguayos, chilenos y bolivianos.
Parte de la prueba analizada en este debate ya fue abordada
en el juicio que tuvo por acreditada la existencia de
aquella asociación ilícita trasnacional.
Ouviña remarcó que los
diferentes juicios por crímenes de lesa humanidad “son las
consecuencias del mismo plan sistemático estatal” y que su
análisis global “permitirá adquirir una visión conjunta de
su universo”.
“Es necesaria esa visión conjunta, porque comprende un
universo tan atroz que resulta difícil de imaginar. Que esa
atrocidad sea difícil de imaginar tampoco es algo casual.
Esto es así, porque no solamente fue un plan sistemático de
represión. El ocultamiento y lo que implica la desaparición
de personas, también fueron sistemáticos. Tuvieron una
finalidad concreta. Eran formas de lograr impunidad”,
definió el fiscal.
En el proceso, que se realiza ante el Tribunal Oral en lo
Criminal Federal N°1 de la Capital Federal, son juzgados el
ex agente de la Side César Alejandro Enciso (extraditado
desde Brasil, tras permanecer prófugo), el ex principal de
la Policía Federal que prestó servicios en la Dirección
General de Inteligencia de la Superintendencia de Seguridad
Federal, José Néstor Ferrer, y los ex inspectores de la
División de Asuntos Extranjeros de esa fuerza, Rolando Oscar Nerone
y Oscar Roberto Gutiérrez.
“El debido proceso criminal”
Con sarcasmo, Ouviña describió “los pasos del debido
proceso del plan criminal”, que consistió en el secuestro
clandestino y la desaparición, el interrogatorio bajo
tormento ilimitado, el alojamiento y tratamiento inhumano y
la liberación o la “disposición final”, un “eufemismo del
asesinato y encubrimiento de todos los rastros mediante la
técnica de desaparición, esta vez, de los cuerpos de las
víctimas”. El fiscal señaló que para la ejecución de la
represión ilegal “se establecieron diversos tipos de
mecanismos de coordinación y apoyo mutuo” entre las
diferentes fuerzas represivas, que fueron “el
establecimiento de comunidades informativas” para compartir
la información de inteligencia y “el mecanismo de la
liberación de área” para ejecutar los secuestros sin
interferencias. En ese contexto, “el principal coordinador
fue el Ejército”. Ouviña recordó que tras la Directiva 1/75
del Consejo de Defensa, la Side, que era un organismo con
dependencia directa del Poder Ejecutivo, quedó bajo el
control funcional del Ejército.
El fiscal indicó que se comprobó que en la estructura de
la Side coexistieron como operadores tanto militares
destinados “en comisión” como personal de esa Secretaría,
agentes de inteligencia pertenecientes al Batallón 601 del
Ejército, personal del Departamento de Asuntos Extranjeros
de la Policía Federal y personal inorgánico, como lo eran
muchos de los miembros de la denominada Banda de Gordon,
entre ellos, el propio Aníbal Gordon.
En efecto, Ouviña remarcó que los más vinculados a
Gordon, entre ellos el acusado Enciso, “se caracterizaban
por haber tenido vínculos en años anteriores con la
denominada Alianza Anticomunista Argentina o Triple A y por
participar de su ideología de extrema derecha y antisemita.
“La ideología antisemita de las personas que actuaban en
Orle-tti se reflejaba en el trato que mantenían con los
prisioneros y en el hecho de que en la habitación que Aníbal
Gordon utilizaba en ese centro clandestino como oficina
había colgado un cuadro de Hitler”, describió el fiscal y
remarcó que “otra característica de los integrantes de este
grupo fue que sus motivaciones ideológicas no les impidieron
llenarse sus bolsillos, aprovechándose de la posición de
poder en que se encontraban respecto de sus prisioneros y de
la impunidad que el sistema les proporcionaba”.
Ouviña describió además el funcionamiento de Orletti y el
tipo de torturas que se aplicaba a los prisioneros. Explicó
que, una vez dentro del centro clandestino, las personas
eran llevadas a un espacio de la planta alta “donde había
una gran máquina con la que se colgaba a las víctimas,
haciéndolas pender con sus brazos colocados por detrás” y
que “las bajaba y subía provocando que tocaran con la punta
de los pies el piso, que había sido inundado de agua y sal
gruesa. Este era el método conocido como «la colgada», «la
máquina» o «el gancho» y que en Orletti era usado junto con
el traspaso de energía eléctrica al cuerpo del prisionero,
que se intensificaba cuando se les arrojaban baldazos de
agua”.
A esas técnicas de tortura se sumaron las “brutales
golpizas”; el “teléfono”, que consistía en golpes en los
oídos; el “submarino seco”, es decir, la asfixia con bolsas,
o “el submarino mojado”, con inmersión de la víctima en agua
u otros líquidos; las quemaduras con cigarrillos, el
“plantón” –obligación de permanecer parado en extensos
períodos–; simulacros de fusilamiento y la presencia de la
tortura de seres queridos. El fiscal remarcó que se probó
que en ese contexto permanecieron al menos dos mujeres
embarazadas, María del Carmen Pérez y María Claudia García
Iruretagoyena de Gelman, y siete niños pequeños secuestrados
junto con sus padres.
Más que un yerno
En su presentación, Ouviña abordó la responsabilidad de
Enciso, miembro del grupo de la Side y de la Banda de Gordon
que actuó en Orletti y que fue yerno del general Otto
Paladino, quien fuera el jefe de esos espías en 1976. El ex
agente llegó acusado por los crímenes cometidos contra los
uruguayos Gerardo Gatti y Julio César Rodríguez Rodríguez y
las argentinas Manuela Santucho y Cristina Navajas de
Santucho.
El fiscal llegó a probar que Enciso no se incorporó a la
Side gracias a su relación con Magdalena Paladino a partir
de 1976 –como dijo en su descargo– sino que integraba ese
cuerpo de espías desde 1974 y que al menos desde 1973 tenía
relación estrecha con el civil Aníbal Gordon, cuya banda de
matones sindicalistas –Enciso era de la Unión Obrero
Metalúrgica– y miembros de la CNU y de la Triple A actuaron
luego en Orletti al servicio de la Side. Y, al cierre del
centro clandestino, siguieron actuando en el crimen
organizado. Bajo los apodos de Pino y Polaco o Polaquito,
Enciso “participó de la privación ilegítima de la libertad,
sometimiento a tormentos y asesinatos perpetrados por la
Banda de Gordon mientras Orletti estuvo en funcionamiento”,
consideró acreditado el fiscal.
Las víctimas
A Enciso se le imputan la privación ilegal de la libertad
de cuatro víctimas porque el Tribunal Superior de Brasil, al
momento de remitirlo para su juzgamiento en la Argentina,
resolvió limitar su extradición a los sucesos relacionados
con personas que continúan desaparecidas. Los casos por los
que la Fiscalía acusó a Enciso son los siguientes:
Gerardo Gatti, uruguayo, fue en su país presidente del
Sindicato de Artes Gráficas y uno de los fundadores de la
Convención Nacional de los Trabajadores de Uruguay, y
dirigente de la Resistencia Obrero Estudiantil (ROE) y de la
Federación Anarquista Uruguaya. A los 43 años se instaló en
Buenos Aires y participó de la constitución del Partido para
la Victoria del Pueblo (PVP), razón por la cual fue
perseguido en el marco de la Operación Cóndor.
Julio César Rodríguez Rodríguez tenía 20 años y también
era uruguayo. Participó de la ROE y, como fue perseguido en
su país, emigró a la Argentina junto a su esposa. Ya en el
país, se integró al PVP. Fue secuestrado el 15 de junio de
1976, cuando ingresaba a la fábrica en la que trabajaba,
donde lo estaban esperando dos personas de civil y miembros
del Ejército. Después del paso por una comisaría, fue
llevado a Orletti.
Manuela Santucho y su cuñada, Cristina Navajas –casada
con Julio Santucho–, integraban el Partido Revolucionario de
los Trabajadores (PRT). El 13 de julio de 1976, un grupo
armado secuestró de la empresa en la que trabajaba a Carlos
Santucho, otro de los hermanos de Manuela, y se lo llevó a
Orletti. Por la noche, un grupo secuestró a las dos mujeres
y a su amiga, Alicia Raquel D’Ambra, y las confinó en el
mismo centro clandestino de detención.
Manuela y Cristina, que estaba embarazada, fueron
sometidas a descargas eléctricas mientas se les aplicaba “la
colgada” y sometidas al menos a un simulacro de
fusilamiento. “Manuela fue obligada por sus captores a leer,
en voz alta, una crónica relativa a la muerte de su hermano
Mario Roberto Santucho”, jefe del PRT-ERP escribió el
fiscal.
Pequeña semblanza sobre
Orletti
Bajo la fachada de un taller
de reparación de automóviles, fue
utilizado como base
principal de las fuerzas de
inteligencia extranjeras que
operaban en la Argentina en
el marco del Operativo
Cóndor, y por él se estima
que pasaron unos 200
detenidos, en su mayoría de
nacionalidad uruguaya.
Este centro constaba de dos
plantas. En la planta baja
existía un gran salón de 6 a
8 metros por 30 metros. Una
división baja separaba el
retrete (uno para treinta
personas) del lavadero. De
allí salía una escalera de
base de concreto y peldaños
de madera. El piso era de
hormigón, sucio de tierra y
grasa.
Gran cantidad de chasis de
autos, desparramados, le
otorgaba la apariencia de un
taller común de automotores.
Muchos automóviles
secuestrados iban a parar
alli. Orletti tenía un
tanque de agua grande con
una roldana arriba de donde
colgaban a los presos para
practicarle el "submarino".
En la planta alta
funcionaban una sala de
interrogatorios, otra de
torturas y una terraza donde
se colgaba la ropa a secar.
Los militares llamaban a ese
centro: "El Jardín".
Carlos Davis
Fuente:
Fiscales.gob.ar - Centro de Información Judicial - Notas de archivo propio