En sus distintos registros, tangible e intangible; natural o construido, en esto último, con la impuesta supremacía de la arquitectura que pesa algo sobrevalorada, el patrimonio se encuentra vinculado a la necesidad de preservar la memoria que nuestra sociedad ha incorporado a su cultura.
Haciendo una síntesis podemos encontrar dos escenarios. En el primero, el "patrimonio" aparece fragmentado: naturaleza, arquitectura, paisaje, costumbres, música, historia, etcétera. Es el mundo de los especialistas aislados, lejos de la sociedad y sin ninguna posibilidad de vinculación. El segundo nos presenta al patrimonio en forma integrada, articulando las diversas formas de interpretarlo e invitando a construir espacios interdisciplinarios donde la ciudadanía encuentra un lugar preponderante. Un modo de producir relaciones sociales y hacer resistencia a la idea que circula en los medios de comunicación hegemónicos y en algunos espacios institucionales, donde intentan convencernos de que al hablar de patrimonio y de cultura no estamos hablando de problemas políticos y sociales que nos afectan.
Este escenario nos lleva al planteo del antropólogo argentino Alejandro Grimson, cuando nos presenta a la cultura "como una trama donde se producen disputas cruciales sobre desigualdad, sus legitimidades y las posibilidades de transformación". Un debate mucho más amplio que abarca el espacio público, la recomposición del tejido social y la construcción colectiva de políticas públicas. Además, el patrimonio deja de ser sólo una herencia del pasado y nos invita a tomar conciencia de que en el presente tod@s como sociedad construimos patrimonio en forma corresponsable.
Hoy estamos presenciando una clara posición en la gestión del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde el desarrollo está sujeto a las leyes del mercado, a la oferta y la demanda, intentando dejar afuera cualquier posibilidad de participación ciudadana en la definición de las políticas públicas. En este contexto, cultura y patrimonio quedan reducidos a los circuitos cerrados de los actores de mayor poder económico y a los decisores políticos que llevan adelante sus intereses. En el patrimonio encontramos las huellas de nuestra identidad y debemos actuar para que la cultura salga de esas esferas y desarrollar colectivamente formas de organizar, disponer y financiar procesos que desmonten los particularismos actuales en el campo de la cultura y las empresas de "pseudodemocratización de la cultura" (Felix Guattari).
Identidad tendría así las implicancias políticas que
estén a la altura de comprender la riqueza de
nuestra sociedad, revisando los usos políticos de la
cultura, entendiendo la convivencia entre las
culturas, los sentimientos de identidad y
pertenencia en la complejidad de los procesos
sociales, materiales y económicos en que están
siempre situados.
Un proceso que nos encuentra hoy en la favorable
situación de estar nuevamente recuperando y
concretando el sueño de la Patria Grande, un
continente latinoamericano que dispone de "reservas
de identidad" extraordinarias para resistir y
articular formas de creación totalmente originales.