Pero, ¿qué tiene de especial
esta corriente de agua para
los habitantes de nuestro
barrio?. El Arroyo Maldonado
constituye uno de los
elementos distintivos del
barrio de Floresta a pesar
de que muy pocos de nosotros
hayamos visto sus aguas
alguna vez. Aún asi, estuvo
presente desde el comienzo
de nuestra historia
ciudadana a través de sus
desgraciados desbordes,
crecidas e inundaciones.
Todos sabemos que el
Maldonado corre entubado
bajo el asfalto de la
Avenida Juan B. Justo,
aunque apenas algún vecino
inquieto e interesado por
los orígenes del barrio
conozca en detalle la
historia o leyenda que le
otorgó para siempre su
particular nombre y destino.
El panorama que
ha de haber encontrado Don Pedro de Mendoza al llegar a estas
tierras se parecería bastante a una planicie cruzada por
algunos causes de bajo caudal. Entre ellos estaba, aunque
alejado a unas tres o cuatro leguas, el que conoceríamos mas
tarde con el nombre de arroyo “Maldonado”.
Este cauce
bastante modesto cobraba una importancia repentina cuando
luego de alguna lluvia importante sus aguas crecían de manera
desmesurada provocando la inundación de las tierras aledañas.

Año 1925. Puente sobre la calle Segurola. Archivo diario "La
Prensa"
Por esta razón,
y durante muchos años, marcó el límite norte de la ciudad; y
los carros y carretas que encaraban su cruce debían hacerlo a
través de sus escasos puentes o por alguno de los vados donde
su paso se presentaba menos complicado.

Foto Archivo General de
la Nación, Dpto Fotográfico
Dicen que su
nombre surgió a raíz de una triste y fantástica historia que
protagonizó una mujer (la Maldonado) que vino en 1536 junto a
Mendoza y que debido a la hambruna generalizada que se vivía
por aquellas épocas decidió abandonar la ciudad en busca de
alimentos y de mejor suerte.
Su actitud
desesperada (no olvidemos que los querandíes, que andaban por
estas tierras durante aquellos años, habían dejado de ser
amistosos con los colonizadores a raíz del maltrato de
aquellos) le hizo internarse en la llanura.
El destino
quiso que en su andar se cruzara con un puma que estaba
pariendo a sus cachorros. La mujer ayudó al animal en su
trance de dar a luz a sus crias y luego, agobiada por el
hambre y el cansancio, cayó presa del sueño o el desmayo.
Unos
indios la encontraron en medio del campo junto a los animales,
los cuales, huyeron espantados al ver acercarse a la indiada.
La
Maldonado fue hecha prisionera y nunca más se supo de ella
hasta que un día fue rescatada por un grupo de soldados que
recorría la llanura.
Increíblemente la suerte de la Maldonado empeoraba minuto a
minuto, ya que en vez de gozar del alivio de la vuelta a casa
recibió el terrible castigo de la pena de muerte por haber
abandonado el pueblo para irse a vivir con los salvajes.
La mujer
fue conducida a las afueras del poblado, atada a un árbol
junto a un arroyo, y dejada a su suerte para que las fieras
del llano, o el hambre, o tal vez la sed, dispusieran de su
cuerpo y de su alma.
El destino
quiso, una vez más, otorgar un giro inesperado a los
acontecimientos, ya que las primeras fieras que se acercaron
hasta el cuerpo indefenso de la mujer fueran aquellas a las
que una vez había ayudado: la madre puma y sus cachorros.
Los
animales protegieron a la Maldonado del ataque de cualquier
bicho de las pampas; pero la mujer, cansada, sedienta y
vencida fue entregándose de a poco a las garras de la muerte
que la asechaba..
Al tercer
día la soldadesca regresó, vaya a saber uno si por piedad o
para regodearse con su desgracia, pero lo cierto es que
encontraron a la Maldonado atada junto al arroyo, viva aunque
desfalleciente, y protegida por los pumas a los que ella había
ayudado.
Los
hombres espantaron a las fieras y desataron a la mujer, la
cual, prácticamente falleció en sus brazos, al tiempo que un
rugido bravo aunque lastimoso parecía lamentar la muerte de su
valiente bienhechora.
De allí en
más, y a raiz de este infausto hecho, el arroyo a la vera del
cual murió la Maldonado recibió, como homenaje póstumo, su
nombre.
Carlos Davis
Fuente: Gacetilla de
prensa - Notas de archivo
propio