UNA VENTANA AL
PASADO A TRAVÉS DE LA PRENSA ESCRITA
Noticias de la historia
04/08/2008
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El 12 de
diciembre de 1930 aparecía publicada en la revista "El
Hogar" una nota sobre el "nuevo" Parque Nicolás Avellaneda.
El espacio verde se había diseñado y construido (apenas
tenía una década y media de vida por aquel entonces) sobre
los terrenos que la Municipalidad de Buenos Aires le había
comprado a la familia Olivera. En la nota, el periodista
Estanislao Rivas, charla con el capataz del parque y con uno
de sus empleados. Creemos que resultará de interés el
reproducir este material de archivo para que los vecinos del
barrio tengan un nuevo elemento que aporte datos sobre
nuestro patrimonio histórico reciente.
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La revista
"El Hogar" fue fundada por Alberto M. Haynes en 1904,
inaugurando una nueva modalidad periodística. La revista
reconoce a la familia como unidad social (la editorial
Haynes sería más tarde editora de Mundo Argentino,
Selecta y del diario El Mundo) enfocando su producción
bajo este lema o paradigma.
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Fue por mucho tiempo la
revista de mayor venta, siendo reconocida por el público
como la publicación más identificada con un incipiente
estilo de vida nacional.
Comenzó con el nombre
de El Consejero del Hogar, "revista quincenal literaria,
recreativa, de moda y humorística", pero sin mayor eco,
hasta que inició una evolución que apuntaba al gusto
femenino de la clase media y halagaba la vanidad de la clase
alta, dedicando numerosas páginas a reflejar fiestas,
casamientos, viajes, ropas y lugares de veraneo de las
familias tradicionales. El éxito fue significativo y lo
acompañó con adelantos técnicos: simplificó el nombre,
adoptó características de semanario ilustrado y por primera
vez utilizó tapas en tricomía.
Era el espejo de los
principales acontecimientos sociales y políticos, interesaba
al lector femenino, al lector joven, al lector sentimental,
al lector de las ciudades de provincias. Intenta perpetuar
sucesos, establece modas y costumbres y consagra escritores.
Acceder a sus páginas en alguna de esas formas era alcanzar
el Parnaso criollo o una zona para pocos elegidos.
Historia de los
parques de Buenos Aires:
Avellaneda
Por Estanislao Rivas (El Hogar - 12/12/1930)
La Quinta de
Olivera...! Siendo muchachos, no mayores de diez años,
regresar de nuestras cacerías de pájaros, diciendo que
habíamos ido hasta la quinta de Olivera, resultaba una
proeza pocas veces igualada. Y hablábamos del monte
frondoso, intrincado, con el asombro de quien ha visitado la
selva de Montiel. Y volver ahora, más de veinte años
después,, y hallar aquello transformado en un parque lleno
de flores, de avenidas, de niños escolares que juegan
correteando bajo los árboles, resulta una verdadera obra de
magia.
Flores era uno de los
barrios más pacíficos de la ciudad. Sus grandes quintas, sus
ocultos palacios de vidriados miradores, sus plácidas noches
perfumadas, eran de un encanto recocido y delicioso. Pero
todo eso ha desaparecido ya. Ültimamente he contemplado con
harta tristeza lo que resta de la "Picciola", la antigua
mansión de Ángel Estrada, parcelada en lotes, arrasados los
frondosos árboles y la casa demolida. Y así ha ocurrido con
todo lo demás. Hoy días Flores es un barrio de resonante
actividad, nuevos y lujosos edificios, vidrieras, tráfico...
Bueno, yo iba a hablar
de la quinta de Olivera, hoy señalada con el nombre
municipal de Parque Avellaneda. Pero, antes de hacerlo,
quiero anotar una observación sobre esta costumbre nuestra
de denominarlo todo con un nombre propio, sin lo cual nos
parece que no está completa la gloria de nuestros
antepasados. Teníamos ya la calle Avellaneda, luego vino la
ciudad de Avellaneda, y, finalmente, el parque Avellaneda.
Con lo cual la memoria del prócer casi ha desaparecido,
repartida, desparramada por todos lados...
Eso, por otra parte, es
falta de imaginación, y no diré de buen gusto por respeto a
la ilustre figura. Pero ya es tiempo de inventar. Buenos
Aires carece de nombres poéticos, pués el único que tenía,
Floresta, fue inmediatamente reemplazado por el de Vélez
Sarsfield (Flores es nombre propio). Y las denominaciones
populares que existen no son de las más seductoras:
Caballito, Barracas... O, peor todavía, las que se designan
por fechas: el Once, por ejemplo, contracción del 11 de
septiembre. Y lo que pasa con los barrios ocurre con calles
y parques. ¡Qué lejos está todo eso del "Unten der linden" o
los Champs Elysées...!
Estas o parecidas
reflexiones, inspiradas únicamente en el amor a la ciudad
natal, debían ser vertidas con frecuencia por todos aquellos
ciudadanos que, de algún modo y por diverso medio, pueden
interpretar el sentimiento general. Y la ciudad se iría
plasmando con algo más tierno, más íntimo que simples
decretos.
El parque Avellaneda
es, bajo sus demás aspectos, un parque modelo. A su boscaje
extraordinario, en variedad y ejemplares notables, reune
ahora los nuevos jardines, enriquecidos por cultivos
sabiamente realizados. Una deliciosa profusión de flores
encantan la vista y embalsaman el aire. Bajo la dirección
del capataz, don Francisco di Lorenzo, que me guió a través
del parque, se han abierto bellas perspectivas y creados
estos jardines. Don Francisco ha estudiado jardinería, y me
es grato conversar con él, porque además de sentimiento
estético, posee buenos conocimientos de botánica...
Atravesamos los
jardines donde florecen los claveles y aparecen ya las
plantitas de crisantemos que, según su palabra entusiasta,
serán en el próximo otoño una verdaera revelación. Desde
allí se columbran los viveros forestales. Está orgulloso de
su labor, que recién dura un año. Y mientras andamos me
asegura que existe entre el personal un peón que podrá
referirme toda la historia de la antigua quinta Olivera.
Accediendo a mi deseo manda a un hombre en su busca.
Mientras tanto, seguimos por el parque, admirando los
gigantescos eucaliptus, los no menos frondosos olmos, los
cedros y los pinos. Aparece allí, en un gran claro, la
antigua casa con sus terrazas y aleros, sus torrecillas y
galerías. En ella funciona la escuela de Avicultura, cuyas
instalaciones de aves se encuentran en el fondo del parque.
A poco mas de cien metros, entre aparatos de gimnasia, juega
y se rebulle una multitud infantil. Son los niños
débiles que, en el parque, tienen su escuela al aire libre.
Y, finalmente, para que el conjunto reuna una organización
completa, no muy lejos de allí se halla instalado el tambo
municipal.
Como dije, se trata de
un parque modelo, y la Dirección de Paseos puede estar
orgullosa de él.
Aparece por entre los
árboles, rastrillo al hombro, el peón que va a relatarme la
historia del parque. El capataz lo llama, y Ramón Rodríguez
(que asi es su nombre) acude muy diligente. Hace casi
treinta años que trabaja allí, y conoce a toda la familia
Olivera. Lo que no ha visto, lo sabe por referencias, en las
largas conversaciones con los hombres de las viejas
peonadas. Le interrogamos y contesta con una precisión que
asombra.
-¿De quién fue, en un
principio, este parque?-
-El primer dueño de
estas tierras fue don Nicanor Olivera, vasco español, quien
las compró por la suma de seis mil pesos fuertes... Era el
abuelo de la familia. Vino de su patria, siendo muchacho, y
entró a trabajar en una panadería, como peón de patio...
Allí aprendió a amasar... Cuando ya supo su oficio, y había
reunido algún dinero, compró, como le digo, esta tierra...
-¿Qué extensión tendría
en un principio, usted lo sabe?
-Lo se... Este campo
abarcaba una extensión de tres leguas... Iba desde Lacarra
hasta cerca de los Mataderos, y desde el Riachuelo hasta más
allá de la vía del Ferrocarril Oeste...
Aunque mi locuaz
interlocutor no precisa la fecha, esto debía ocurrir allá
por los tiempos de Rosas, o, tal vez, hace un siglo, pues la
familia cuenta ya cuatro generaciones. Don Nicanor Olivera,
pues, compró esta tierra cuando, naturalmente, pertenecían a
la provincia y por aquí no había otra cosa que estancias. Y,
según me informa Ramón Rodriguez, construyó un edificio
destinado a vivienda y a panadería.
-¿Se conserva ese
edificio?-
-No, señor; fue
demolido cuando se hizo el parque-
-Me lo imaginaba...
Entonces, ¿don Nicanor Olivera Continuó con su oficio?-
-Continuó con él, y,
más tarde, ayudado por sus cuatro hijos: Nicanor, Carlos,
Manuel y Eduardo... Eduardo fue quien vendió a la
Municipalidad las tierras que ahora forman el parque
Avellaneda... Y, como le decía, el padre trabajaba con los
hijos en el horno, sembrando, repartiendo... Y la familia
recuerda eso hoy día como un honor.
-Naturalmente. Y,
dígame: ¿sabe también cuanto pagó la Municipalidad por estas
tierras?-
-Si, señor; también lo
se... Pagó la suma de ocho millones, cuatrocientos cincuenta
y siete pesos, con centavos...-
-¿Los centavos no los
recuerda?-, le digo bromeando.
-No; Los centavos, no;
pero si la fecha en que se hizo la compra: el 6 de marzo de
1911... Entonces esto era una cabaña de animales finos-
Agradezco a Ramón
Rodriguez y lo felicito por su memoria. Se aleja el peón, y
seguimos a la calle con el capataz. El parque, que tiene una
extensión de sesenta hectáreas, se halla bajo su celosa
vigilancia...
Mientras andamos me va
indicando las iniciativas que piensa emprender: aligerar las
arboledas, para para abrir caminos y perspectivas;
desenvolver los trabajos de jardinería, hasta llevarlos a la
perfección con que él sueña. Tiene verdadero amor por su
oficio. Y en cada palabra, en cada ademán, lo revela
constantemente.
Me despido, por fin,
muy agradecido a mis amables guías - qguías por el pasado y
por el presente-, y me alejo llevando el gentil obsequio de
un gran ramo de claveles, claveles que luego van a esparcir
su perfume en las salas de trabajo de EL HOGAR.