Por aquel entonces Don Juan
había perdido su trabajo
como guardia de tranvía y
pensó que con este nuevo
emprendimiento podría
mantener a su familia. Así
partió con su calesita
ambulante, de barrio en
barrio, de pueblo en pueblo.
La fuerza motriz que le daba
vida al artefacto era
"Rubio", un caballo que la
hacía girar cuando escuchaba
la música del órgano.
A los
15 años, Luis dejó la
secundaria y se convirtió en
socio de su papá. Don Juan
murió en 1944, a raíz de una
caída que experimentó cuando
armaba su calesita en la
esquina de Juan B. Justo Y
Fragueiro. Luis tomó la
posta y siguió deambulando
por los pueblos y por los
barrios para ganarse el
sustento.
En 1935, los caballos fueron
reemplazados por un motor a
nafta y, más adelante,
por uno eléctrico. Sin embargo
la
calesita conservó su esencia, con
los
caballos de madera y un
barquito originales. "Yo
mismo hice los aviones, los
autos y dos camellos",
cuenta Luis entusiasmado.
Cada una de las figuras
tiene inscripto su nombre en
el cuerpo.
Cuando la calesita de Luis
se instala en el patio de su
casa reduce su diámetro:
pasa de 7 metros a 6 m.
La Calesita de Don Luis
también vistió de alegría y
diversión la esquina de Juán
B. Justo y Cuzco, la de
Larrazabal y U. Shmidl y la
de Cesar Díaz e Irigoyen.
El heredero de una vieja
pasión
Como tantas otras cosas del
ayer que merecen ser
preservadas, muchas de las
calesitas de Buenos Aires
están consideradas como
pertenecientes al acervo
tangible del Patrimonio
Histórico de nuestra querida
tierra.
Quizá como en muchos otros
órdenes de la vida, las
cosas simples y sencillas
sean las que más
satisfacciones nos dejan.
Sin demasiada tecnología,
sin necesidad de juntar
puntos, sin la presión
lúdica virtual de matar o
morir, este modesto
artefacto que se limita a
girar en medio de la música,
y cuyo único
incentivo se reduce a atrapar una
sortija que se escurre
traviesa en nuestras manos,
es capaz de seguir dibujando
sonrisas a través de los
tiempos y las
generaciones... Y después,
cuando las luces se apagan y
la música cesa, volveremos a
mirarnos alegres las caras,
sin la frustración del Game
Over pintado en la piel.
Carlos Davis
Fuente:
Diario Clarin
Libro "Calesitas" de
Alejandro Mellincovsky
Sitio web
www.lascalesitas.com.ar